Virginia decidió tomarse la noche libre. Canceló la sesión de fotos que tenía planeada porque está muy cansada. «Estoy muerta y tengo mucho laburo en la PC», dice. Pero no la cansa hablar sobre su trabajo: la media hora pautada para la entrevista se convierte en dos. Tiene mucho que contar, es una de las pocas modelos eróticas de Argentina que viene trabajando por Internet hace más de diez años. Cuando empezó, la palabra camgirl era tan inusual como ver a alguien con un smartphone.
Durante los primeros meses de la cuarentena, el trabajo en páginas de contenido erótico se visibilizó mucho. Esto es: se visibilizó como salida laboral. Proliferaban los memes sobre abrir un Only Fans y ganar mucho dinero vendiendo packs. En plena crisis económica y con alta tasa de desempleo, la idea de un salario en dólares es algo muy tentador; como en muchos países de América Latina, el dólar es la divisa de ahorro preferida en Argentina dada su estabilidad relativa a la volatilidad de la moneda local.
Virginia es un ejemplo de que esa salida laboral es algo posible. Tiene un método de trabajo particular: durante un mes trabaja todo el día, todos los días. El dinero que acumula en dólares —y desde hace un tiempo en Bitcoin— le permite permanecer sin trabajar durante unos meses más. La cantidad no sólo le alcanza para subsistir, sino que le permite darse gustos como viajar, hacer cursos y dedicarse a otras cosas que le interesan. Para muchos asalariados en relación de dependencia esto suena como una vida soñada. Para Virginia, es el mejor empleo que tuvo.
El mes de trabajo es exhaustivo. Durante las semanas anteriores, hace sesiones de fotos con variedad de looks y de escenarios. Prepara y ordena fotos y videos en packs. Tiene un usuario en Only Fans, aunque no es su principal fuente de trabajo. Only Fans no restringe el material erótico (como sí lo hace, por ejemplo, Instagram) pero no es específicamente una plataforma de contenido para adultos. La página en la que trabaja Virginia ofrece servicios de sexting, videochat y venta de contenidos. En el sexting, el cliente paga por cada mensaje que envía. El videochat se paga por minuto. Los clientes también pueden pedirle que haga contenido personalizado. Ella, por supuesto, decide cuánto y qué hacer. La página consigue los clientes y se queda con la mitad de lo que el cliente paga. “Es bastante”, dice Virginia, “pero es mejor que el 80% que se quedaban cuando empecé a trabajar en esto”.
En el año 2009, a Virginia la echaron de su trabajo como cajera de un supermercado. El mercado laboral estaba difícil y tenía que ocuparse de su hijo chiquito. Cuando vio un cartel pegado a un poste que decía “se buscan modelos para chat erótico”, anotó el número de contacto. Aunque era bastante tímida y muy religiosa, lo consideró. Ya se divertía chateando con desconocidos al azar y actuando personajes. Fue a la entrevista laboral y se sorprendió: no se trataba de escribir chats eróticos, sino de hacer videollamadas para una web española. Tendría que mostrarse en cámara y hablar con los clientes. Primero no quiso saber nada, pero después de unos días y una pequeña crisis religiosa decidió intentarlo.
En el primer videochat le dijo al cliente que estaba nerviosa y no quería sacarse la remera. El cliente le dijo que no había problema. Conversaron un rato. Con el siguiente cliente la escena se repitió. No se sacó nada de ropa durante todo el primer mes de trabajo. Desde la mañana hasta la noche se mantenía conectada en la página casi sin pausa, y en cada llamada conversaba con el cliente de turno. Con genuino interés les preguntaba sobre sus vidas, sus ideas, sus opiniones. Y los clientes volvían a elegirla. Al final del mes, había sido la modelo con más ganancias de la página. Virginia entendió en ese momento algo que todavía sostiene: “Si al cliente le das sexo y nada más, no siempre vuelve. Pero si generás una conexión intelectual y emocional, vuelven seguro.” Compran la interacción más que la imagen. “Muchos varones se sienten solos”, cuenta, y tiene diez años de anécdotas que respaldan la afirmación.
El anonimato relativo de Internet da a un montón de varones un lugar dónde expresar conflictos y deseos íntimos. Las fantasías incestuosas y los fetiches específicos son una demanda frecuente, aunque ella no suele acceder a esos juegos. También hay maltratos y gestos desubicados, como insultos o fotopenes. Virginia ya sabe cómo desactivar las agresiones, y la página cuenta con muchas herramientas para bloquear. Los desubicados eran más frecuentes antes, pero ya no tanto. “Las modelos los fueron educando”, dice Virginia. Algunos clientes la siguen hace años, y aunque nunca se vieron personalmente se conocen casi tanto como si fueran amistades.
El trabajo de registrar lo que el cliente quiere más allá de lo que dice que quiere es desgastante. El mes de trabajo deja a Virginia estresada y agotada. “Tiene una alta demanda psicológica y se pone en juego la autoestima”, explica. A fin de cuentas, su trabajo tiene un gran componente de objetificación. Los cánones de belleza y sensualidad son tan estrictos como contradictorios. Virginia conoce una gran cantidad de casos de ataques de pánico y crisis nerviosas producto de ese contacto constante con el juicio de la mirada ajena y la sexualización.
“Muchas chicas salen quemadas, traumadas”, cuenta. La competencia tácita con las otras mujeres del sitio también genera ansiedad, y muchas chicas se someten a cirugías estéticas que las acercan al tipo de cuerpo y cara más solicitados. Virginia tiene otros recursos para que su cuerpo se vea diferente en cámara: maneja ángulos, colores, encuadre, luces, temperatura y maquillaje con experiencia y detallismo. Se conoce en cámara y sabe qué ropa le queda mejor, qué posturas físicas la favorecen. “Se nota cómo cambia el aspecto al erguir los hombros y levantar el mentón, o quebrar la cintura, o cruzar las piernas”.
Virginia estudia obsesivamente la demanda de la página, qué tendencias repuntan, qué estrategias le funcionan a otras modelos. También capacitó a muchas chicas que recién empezaban: entre otros consejos básicos, se ocupa de subrayar que “vos ofrecés un servicio, es un intercambio entre pares, no hace falta someterte a nada”. Virginia está en un grupo de Telegram con decenas de otras modelos argentinas. Comparten recomendaciones, consultas, ayuda técnica. En los últimos meses, el grupo no dejó de crecer.
“Antes, cuando contaba en qué trabajaba, la gente se espantaba. Sobre todo las mujeres. Ahora es al revés: me cuentan que fantasean con ganar plata haciendo esto, me piden consejos para empezar”. A todas les puede decir lo mismo: que no es un empleo fácil. Que si lo toman como un currito extra, no van a juntar mucho. Ella disfruta el trabajo y lo prefiere por sobre cualquier otro, pero para que rinda económicamente hay que invertir mucho tiempo y esfuerzo, tener mucha seguridad personal y establecer límites entre el trabajo y la vida.
En el otro extremo de la exposición está Sonia Pellizzari. Sonia utilizaba en Internet el seudónimo de SweetMia, pero en 2019 su nombre real apareció en diarios, páginas web y en televisión. Sonia trabajaba en la municipalidad y empezó a hacer videos eróticos en su tiempo libre. Cuando uno de sus compañeros encontró uno de esos videos, se lo mandó a sus jefes y Sonia fue despedida porque consideraban que podía dar una “mala imagen”. El caso trascendió, y su nombre saltó a la mirada pública con un apodo periodístico: “la inspectora hot”. Esa exposición no fue buscada, pero en lugar de rehuirla decidió aprovecharla: comenzó a hacer sexting, videollamadas, videos en vivo y a vender packs de fotos y videos personalizados. Visita nuestra pagina de Sexshop y ver nuestros productos calientes.